martes, 14 de junio de 2011

F.C.Barcelona 3 - Manchester Utd. 1. El círculo Wembley.

"Hay partidos que desbordan las fronteras de los clubes"
Andreu Buenafuente, actor, presentador y director del programa Buenafuente.

El Barcelona se tomo el tiempo necesario, encarando la historia con naturalidad. Su futbol necesita, como los buenos guiones, una buena introducción. Poner todos los elementos en su sitio para que el nudo se desarrolle sin fisuras hasta el climax final. El Manchester incomodó al principio, desasosegó como aquel personaje del que aún desconocemos sus giros. No tardó en girar hacia su porteria convirtiendo la pelicula en una historia de amor en el que el desenlace, como no, se llamó Villa.

Una vez colocados los elementos de manera natural y estudiada, el guión, como el de aquella película que jamás te importa volver a ver, no por repetido resultó insulso al  encontrar el marco perfecto. Kubrick, Chaplin, Welles, Hitchkock, no recibieron jamás el reconocimiento de la industria, el Oscar. El Barça ha encontrado su Oscar, sus titulos, el marco, la excusa incontestable, la adversativa eliminada... Ya no existe el "pero" en su historia. Es un grande sin fisuras, lejos del sindrome de la Holanda de Cruyff y otros grandes equipos que adolecieron de carácter para ser ganadores.

La timidez del Manchester, excluyendo al díscolo Rooney, fue el respeto a la historia que caminaba con pies de gigante por la pradera, ninguna hierba mas alta que la otra, del fastuoso Wembley.

Hasta el propio Sir Alex, escondió sus colmillos  y enseñó sus bambinescas tiritonas. A diferencia de Mourihno, juventud cabezona, no pudo continuar la farsa, allá en las insipidas salas de prensa, y fascinado por los movimientos de un balón que creia suyo, finalmente abdicó. Pudo su amor por el futbol, antes que su amor por el teatro. 

El partido, deciamos, necesitó de esos minutos de preparación tan comunes en todos los partidos del Barça. La verdadera duda era la versión que ibamos a ver del conjunto de Guardiola. Es decir, si el campo acabaria inclinandose, como en otras ocasiones, hacia la porteria contraria, despues de que sus arquitectonicos centrocampistas fijasen los puntos de apoyo imprescindibles. Y ocurrió exactamente eso. Hasta el punto que el Manchester pareció cualquier rival de la Liga y Wembley se vistió de Camp Nou. Fue un baño.

El Manchester, cierto es que, exceptuando los 10 primeros minutos, pareció ese Federer que claudica resignado frente a Nadal en la cerámica parisina, pensando que es mejor pensar en otra cosa antes de que tengas la ocurrencia de hacer frente a tu rival. Quizá fue este un Manchester inércico, sin duda puntero, pero sin la categoria de otros años. Confiaria antes en el apache Tevez, curtido en mil batallas, argentino, frente al aún inexperto Chicharito, para duelos de enjundia. Sigue siendo todavia mejor Cristiano que su compatriota Nani, borrado a última hora del once. Por no hablar del maestro Scholes, lo más parecido a Xavi allende nuestras fronteras, a un paso de la retirada. El Barcelona cuece a fuego lento sus figuras y poco a poco cogen el color de los ganadores. Aquel que solo se colorea en el semblante de Giggs y por supuesto Rooney por parte de los diablos rojos. Culpa del duo inglés fue el espejismo del gol del Manchester. Categórica, fulminante, inteligente y vertical fue la jugada que protagonizaron. Mucha clase.

El Barcelona se encontraba entonces en un escenario nuevo, cuando el peso se colocó en el otro lado de la balanza para poder alcanzar la cima sin esfuerzo por una vez y no encima de sus cabezas. Plúmbeo peso de la historia, depende de que lado este, puede acariciarte como una pluma.

El equipo gestado en La Masia ejerció de Real Madrid autoritario, de presionante Milan, de mecánico Bayern Munich, de arrasador Ajax, de luchador Liverpool para presentar su consagradora cuarta Copa de Europa.

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